Un paseo por la Costa Blanca. El legado de la venta de un país.

Otra historia más sobre la imposibilidad del acceso a la vivienda.

Comienza la temporada de verano y con ello el poder ir a la playa y disfrutar de ese ansiado primer baño, sobre todo teniendo en cuenta que las temperaturas ya rozan las que solíamos sufrir en agosto.

Quien escribe estas líneas es natural de Alicante, pero la vivencia que quiero compartir es, desgraciadamente, algo que estamos experimentando a lo largo y ancho del país.

Aprovechando el fin de semana, servidor puso rumbo a una de estas zonas costeras de la parte norte de Alicante, allí donde las calas son más bonitas y el agua está más cristalina. A lo largo de este paseo, uno observa los kilómetros de casas, chalets, urbanizaciones y mansiones de lujo que se extienden por toda la costa, sabedor de que no están ni estarán remotamente a su alcance, ni al de prácticamente nadie. 

De hecho, esas viviendas, que son «la crème de la crème», la mejor parte del pastel, no pretenden ser el objeto de deseo del nacional (el español promedio no se lo plantea siquiera como sueño), sino que su público es claramente para las fortunas extranjeras.

Pero es que resulta que, no estamos hablando de un par de casas, o una zona especialmente exclusiva, sino de pueblos enteros, hoy convertidos en urbanizaciones para los no residentes.

Desde luego, y aunque este es un ejemplo que a cualquiera que pase por estas zonas le hace saltar las alarmas, no deja ser la realidad habitual de ya prácticamente todo el territorio (aunque en los pueblos pequeños se haga más notorio). Si bien en Alicante, es especialmente lesivo: “el 45% de las viviendas en Alicante se venden a extranjeros”. Con Inmobiliarias que venden ocho de cada diez viviendas a compradores extranjeros.

Fuente: Idealista

Pero más allá de los datos, basta con pasear por cualquiera de estos pueblos costeros para constatarlo con los propios ojos. Un ejemplo claro: Moraira, uno de los pueblos más bonitos y tradicionales de Alicante, que forman parte, no solo del paisaje, sino la idiosincrasia mediterránea de la zona. Hoy, todo con letreros en inglés, donde los trabajadores (aquí sí encontramos a los españoles) se dirigen primero en ese idioma.

Hablamos de pueblos de tradición pesquera. De gente que se ha ganado la vida y ha levantado estos mismos pueblos, de la forma más honesta posible. 

Si bien, hoy, en 2025, aunque por supuesto que esto es consecuencia de años de servilismo institucional, vemos como los locales, viviendas y cultura quedan a merced de salarios y pensiones extranjeras, expulsando al autóctono y obligándole a dejar lo que ha sido su vida, su pueblo y su hogar. 

Sí, esto es globalización. Pero es también la transformación de pueblos en parques temáticos de lujo (y si bien con excepciones), sin integración, sin mezcla y sin vida comunitaria real. Es la creación de guetos dorados donde los ciudadanos locales son desplazados, y convertidos en postal.

Y lo más doloroso es que todo esto se ha hecho bajo el manto de los sucesivos gobiernos, al abrigo de un modelo económico basado en la especulación, el turismo de masas y la precariedad estructural.

Porque mientras se triplica la venta de viviendas a extranjeros, los jóvenes —entre quienes aún me incluyo— quedamos fuera del mercado, con sueldos que no alcanzan ni para alquilar una habitación en su ciudad, y cuya situación habitacional, es, si existe, la herencia. 

Triste realidad la que nos ha tocado vivir. Será cuestión de morir con pasividad, o estar dispuesto a hacer algo más.

Os mando un caluroso abrazo veraniego.

Jacobo

Jacobo (1789 - o eso dice él) es un ciudadano español resignado con la deriva en la que se encuentra su país. Autodidacta de vocación, ha leído todo lo que se publica por aquí. Le gustan las ideas claras, el café fuerte y los principios más. Es uno de esos tipos raros que aún cree en esas cosas pasadas de moda como los principios hoy abandonados de libertad, igualdad y justicia social. Eso que ya no sale en los mítines ni en los telediarios. Jacobo escribe porque gritar en la calle ya no se lleva tanto, y porque alguien tiene que decir que hay un elefante en la habitación.

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