Que se mueran los viejos
Siempre a la búsqueda de grupos culpables o, cuando menos responsables de nuestros males, hemos descubierto ahora que un gran problema para España son los viejos (y las viejas), especialmente los pobres y quizás feos, a los que se debería aplicar la canción de los Sírex, aunque sean guapos. La percepción de ese grupo de edad como una carga social, especialmente quienes dentro de ese grupo menos recursos tienen, va creciendo entre la ciudadanía (también en algunos viejos, básicamente los ricos).
Este discurso no es exclusivo de nuestro país; publicaciones como The Economist apuntan en la misma línea, siempre con una doble formulación: los viejos son un problema por la acumulación de capital y riqueza que atesoran, que no transfieren a nuevas generaciones; y los son también por la acumulación de rentas, básicamente pensiones, que deben transferirse desde las generaciones más jóvenes. Esto último es muy significativo en España.
Así, en el caso español, la sostenibilidad de las pensiones es uno de los aspectos que más se discuten y menos se trabajan en los últimos años. Uno de los elementos que se ha convertido en mantra para la derecha es el “esquema Ponzi” que constituyen las pensiones y cómo su pago resta oportunidades de crecimiento al país y a los grupos de edad más jóvenes. Incluso parte de la izquierda, de manera más sibilina, empieza a señalarlos como grupo o casta extractiva.
Ante diferentes males, siempre hay un viejo al rescate: no hay vivienda suficiente en España, especialmente para los jóvenes, y la culpa es de los viejos; no hay servicios públicos de calidad porque mucho dinero va a las pensiones, otra vez los viejos; son consumidores de tratamientos médicos caros y cada vez más prolongados, ay, estos viejos…; las tributaciones asociadas a las pensiones son un lastre para el dinamismo económico del país… ¡Joder con los viejos!
En realidad, el modelo de pensiones público español y cualquier modelo alternativo privado (o público) se basa siempre en el mismo principio: mañana nos va a ir mejor que hoy o ayer. En el caso español, la apuesta básica es por dos variables fundamentales: la demográfica y un crecimiento sostenido de la población; la participación de las rentas del trabajo en el PIB y su crecimiento sostenido en el tiempo.
Esta apuesta no es muy distinta de los modelos privados. Si se basan en renta variable, la apuesta es por un crecimiento en el PIB, capturado a través de la participación del beneficio empresarial y la incorporación de incrementos de productividad, innovación, etc. Si se basan en renta fija o deuda pública, entonces la apuesta es directamente por el PIB global. Es decir, muy parecido siempre, en el fondo, al modelo público de pensiones.
La principal diferencia, por tanto, se situaría en la mayor o menor participación de distintos perfiles en el reparto o peso sobre las rentas (trabajo versus capital, básicamente) y la capacidad de capturar variables de crecimiento ya mencionadas como la productividad y la innovación, o las rentas financieras que se puedan generar y la acumulación de capital correspondiente.
Las “cotizaciones” o las “cuotas de solidaridad”, etc., son simplemente impuestos sobre el trabajo, equivalentes al pago de IRPF o un impuesto de sociedades, en el fondo. El aspecto diferencial de este impuesto (aunque sólo para las cotizaciones) es que, cuando se paga, el Estado entrega una especie de pagaré que, en un futuro más o menos lejano, si se llega vivo, se podrá cobrar (o entregar parcialmente en herencia en determinadas circunstancias). El valor final actualizado de ese pagaré y cómo se podrán generar recursos para pagarlo son los aspectos controvertidos sobre su sostenibilidad; en realidad, además, se convierte básicamente en un mecanismo de solidaridad entre trabajadores y sus rentas pasadas y futuras, sin apenas intervención directa de otros grupos o agentes sociales.
Hay una preocupación creciente por si se está tocando techo en cuanto a las imposiciones sobre el trabajo, y cómo se puede tributar más y mejor en el ámbito del capital. La tributación por el empleo siempre ha tenido la ventaja de ser más fácil y cómoda, y los sistemas tributarios se han ido configurando en torno a esa facilidad, de manera casi adictiva. Explorar no sólo cómo se puede establecer la tributación del capital, sino cómo se puede cobrar efectivamente ese tributo es un desafío que requiere de una reflexión política, pero aún más de un trabajo técnico riguroso y en profundidad.
Como sociedad debemos plantearnos qué recursos deben ponerse en común y cómo se deben aplicar y repartir posteriormente. ¿Queremos ser equitativos y solidarios como ciudadanía? La respuesta a esa pregunta determina, en buena medida, cómo afrontar el desafío de las pensiones.
En todo caso, es poco edificante justificarlo todo en un discurso buenista o cuasi-utilitarista (la economía plateada – silver economy – o la participación en el PIB como cuidadoras, sostén de unidades familiares, etc., etc.). Las personas mayores, los viejos, son (somos o seremos) ciudadanos de pleno derecho, no un estorbo creciente o un grupo de interés que conspira contra el resto de la sociedad. Efectivamente, como ciudadanía tienen derecho a voto y, siguiendo la lógica que se aplica a otros colectivos (“jóvenes”, “mujeres”, etc., siempre como si fueran grupos homogéneos), también estarían en condiciones y con el mismo derecho a condicionar los programas políticos de nuestro país.
Nos toca trabajar entre todos, también los viejos (y las viejas), para encontrar mecanismos solidarios y justos del reparto de la riqueza que, también entre todos, generamos en un país. Ese reparto equitativo no es una limosna o un privilegio arrancado por un grupo de interés egoísta (esas cosas suelen ir más asociadas al código postal que a la edad). Se trata de una solidaridad que, además, no podemos calificar de “intergeneracional” porque es entre las y los ciudadanos que vivimos en España, con independencia de la edad que calcemos.
Si no lo vemos claro, o no nos apetece ponernos a trabajar en serio, empecemos a canturrear al ritmo de los Sírex: “que se mueran los (feos/viejos), que no quede ninguno, ninguno, ninguno, la, la, la”. Eso sí, siempre por “solidaridad intergeneracional”.
Buenas tardes.
Los mecanismos, fórmulas o estrategias pueden ser varias, lo que más me preocupa es cuando seremos capaces de llevarlas a cabo. ¿Llegará el día en que veamos un gobierno valiente, o mejor dicho, un gobierno sin deudas, que se atreva a poner en prácticas esos mecanismos?
No se trata tanto de solidaridad como de hacer lo justo con el dinero público en cada caso. Pero la cuestión realmente importante surje cuando piensas en cómo funcionan esas mentes políticas, sin importar el color o la orientación. Esas mentes políticas necesitan muchos cambios para entender que el sistema acabará colapsando si seguimos permitiendo este sistema insolidario. Por otro lado, no me extrañaría descubrir que cuentan con que el sistema colapse, seguro que tienen un plan para sacarle provecho.