La fantasía del «coliving»

En el mundo de lo inmediato, quizás las próximas generaciones no encuentren el gusto a seguir una serie de más de dos temporadas. Sin embargo, los millenials nos hemos entretenido viendo discurrir vidas ficticias en soledad o en compañía; e incluso no nos ha dado reparo a rebobinar los capítulos. No es raro encontrar a personas que hayan visto Friends en bucle y que hayan idealizado su juventud sobre la base de las vivencias de este grupo de amigos de Nueva York. La rutina que dominaba la serie era el anhelo de muchos en la flor de la veintena: convivir con tus amigos hasta que la madurez de la treintena llamase a la puerta.

Algunos hemos vivido experiencias relativamente similares que, honestamente, han sido en gran parte posibles gracias a la generosidad de nuestros prestamistas, es decir, los boomers. La burbuja idealizada que nos han vendido en Friends está considerablemente lejos de la realidad que afronta la juventud en España. Los datos son alarmantes. Más allá de la preocupante media de 30,4 años como edad de partida para independizarse, aquellos que lo logran sea antes o después, se enfrentan a condiciones que les arrastran a la absoluta precariedad. Los jóvenes (y no tan jóvenes) se ven atrapados entre la espada y la pared ante distintas opciones poco alentadoras: destinar más de tres cuartas partes a vivir de alquiler solos en un bajo interior de menos de 40 m2, si con suerte ganas más del SMI; o bien, compartir piso en un ambiente híbrido entre amigos y desconocidos; o irse de coliving a un macro-piso en el centro, propio de ciudades como Madrid o Barcelona, donde sientes que eternizas el Erasmus, pese a que igual no lo hayas vivido. Tanto la idealización de la ficción como las vacías soluciones de la clase política nos han empujado a creer que parte de la juventud era adaptarse al coliving. Una experiencia vital que se ha convertido en una cárcel interna dominada por la frustración y el pesimismo. Es, indudablemente, un escollo más que impide hacer proyectos a futuro y que condena a la juventud, que roza la retardada adultez, a estirar sine die un capítulo que deberían haber cerrado.  

Mejor ni hablar de la posibilidad de acceder a la compra de una vivienda. Un problema (¿o ya una utopía?) sobre el que, curiosamente, se debate semana sí y semana también en las Cortes Generales, en los espacios públicos y en los medios de comunicación, pero para el que no se aplican soluciones efectivas. El recelo de las Comunidades Autónomas por salvaguardar sus intocables competencias en vivienda, la falta de solidaridad de los partidos con representación parlamentaria para negociar propuestas viables y la inhabilidad del Gobierno para tomar los estribos añaden más complicaciones a un mercado de la vivienda desajustado y deshumanizado. Parece que la única vía de reacción es salir a la calle, como hace no mucho nos recordó la ministra de Vivienda y Agenda Urbana en una entrevista en la radio. Pero ni aun saliendo a manifestarnos por una vivienda digna, se hace eco. Menos todavía cuando las protestan las lideran grupos que desvirtúan el concepto de sindicato, las protestas pasan por llamar a la huelga de inquilinos y la masa se centra en reivindicar el “derecho” histórico a vivir en Malasaña hasta el fin de los tiempos. Apenas resuenan otras propuestas que se han dejado caer sobre la mesa en alguna ocasión, como la creación de un parque público de vivienda en alquiler, medidas estandarizadas contra la especulación o la regulación del uso de viviendas turísticas. Todo ello, sin embargo, debería comenzar a realizarse, sin diferenciaciones, en todo el territorio nacional. Todo ello debería ser parte de los cimientos para materializar una política de vivienda nacional y un pacto de Estado por la vivienda, lo cual es una apuesta por la protección del Estado de bienestar y por los derechos de la ciudadanía.

La actual crisis de la vivienda y la perpetuación de la cruz del coliving entre los jóvenes son claras evidencias de la erosión generalizada del Estado de bienestar. Estas circunstancias, interconectadas con otros factores como las desigualdades estructurales, la degradación de lo público, la precariedad laboral y la avería del ascensor social, han construido obstáculos que dificultan el desarrollo del individuo y de las sociedades en que se integra. Dicho de otro modo, se están dejando morir los proyectos de emancipación de los ciudadanos. Se está fallando al progreso. Cabe dilucidar si nos encontramos en un estado de estancamiento, o bien en un proceso de involución sin precedentes en la cambiante era contemporánea. Lejos de ser catastrofistas, parece que esta última visión es la realidad que se está imponiendo y que, a falta de giro del guion, terminará también condicionando los proyectos de vida de aquellas generaciones que estén por venir. 

Volviendo a la vida idealizada, el cierre de la icónica puerta morada en Friends simboliza el fin de una etapa y la bienvenida a un proyecto vital que mejora lo anterior. En España, muchos jóvenes (y ya no tan jóvenes), dicen adiós a un piso compartido para, seguidamente, migrar hacia otro. Para muchos de ellos, la clausura final de la precariedad habitacionales una utopía difícil de materializar en una realidad a corto plazo, salvo circunstancias excepcionales, golpe de suerte o confluencia de vida en común. Aún así, tampoco auguremos una pronta emancipación, pues la frustración de estos proyectos ya no afecta únicamente a los más jóvenes. Ahora incluso nuestra precariedad económica y la raquítica hucha de las pensiones nos otorga la oportunidad de compartir el fin del camino de nuestra vida con otros octogenarios, debido a la imposibilidad de adquirir una plaza en una residencia pública que ofrezca servicios de calidad, o bien, por la inexistencia de medios materiales para dejarse absorber por el mercado de las residencias privadas. ¿Viviremos en situación de codying? Eso es ya para el siguiente capítulo.

Beatriz Flores

Beatriz Flores (Málaga, 1992). En constante aprendizaje. Consultora de asuntos públicos. Graduada en Traducción e Interpretación y especializada en Relaciones Internacionales y Unión Europea. Forma parte del Comité Ejecutivo Nacional de Izquierda Española y asume la responsabilidad de la Secretaría de Acción Política y Programas.

1 comment on “La fantasía del «coliving»
  1. Suscribo completamente la reflexión, pero creo que atacar el coliving como concepto es quedarse en la superficie. El problema de fondo es que la vivienda ha dejado de ser un derecho para convertirse en un negocio.
    El coliving no es malo en sí mismo. Si se plantea como una alternativa elegida libremente, con un enfoque comunitario y de gestión pública o social, puede tener un valor. Lo preocupante es que hoy se impone por necesidad, no por elección.
    La vivienda debe estar al servicio de la ciudadanía y del bien común. Eso exige políticas públicas valientes y estructuras que garanticen opciones dignas y diversas para vivir. El problema no es solo el coliving, sino la falta de alternativas reales. Pienso ✍

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