Ciudadanía

España debe ser un país enteramente laico, sin espacio para ninguna religión en la escuela pública, tampoco para el adoctrinamiento identitario en los nuevos dogmas posmodernos o en los catecismos nacional-etnicistas que segregan nuestra ciudadanía y pretenden privar a millones de todos sus derechos.

No podemos ser tolerantes con prácticas religiosas o culturales que vulneren los derechos de las mujeres ni diluyan la ciudadanía o traten de filtrarla a través de criterios identitarios. Las religiones son aceptables en la esfera privada sólo mientras que no atenten contra las leyes civiles y políticas que rigen nuestra vida en común.

La política española tiene volver a tener en el Parlamento una fuerza de izquierda transformadora alejada de las teorías del neoliberalismo progresista provenientes de las universidades norteamericanas. El multiculturalismo y las políticas de la identidad son la verdadera cara del capitalismo financiero, que politiza y relativiza las distintas luchas particulares y estilos de vida, mientras despolitiza la economía, convirtiendo en aséptica e inevitable una determinada opción ideológica: los mercados desregulados.

El particularismo identitario quiebra la vocación universalista e ilustrada que encuentra sus raíces en la Revolución francesa y que cristaliza en el ideal de ciudadanía. Un progresismo focalizado en fomentar la diferencia y el particularismo socava el afán igualitario de la izquierda, aquel que vindicaba la razón en marcha. Especialmente perturbadora resulta la complicidad con la superstición religiosa que apadrina el multiculturalismo, más preocupado por perpetuar las desigualdad y blindar diferencias, que por buscar la igualdad real y la integración.

En suma, la tradición republicana de la izquierda no puede saltar por los aires abriendo la puerta a la segregación identitaria de la ciudadanía. Su vocación racionalista tampoco puede ser derogada en favor de ninguna superstición o idealismo. Y su afán universalista no debe en ningún caso postergarse en nombre de la diversidad, quebrándose la vocación de emancipación colectiva que está en la génesis de la izquierda.

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