La indefensión aprendida de parte de la ciudadanía española
El artículo de Gregorio Morán titulado “Normalizar la vergüenza ajena” hace un símil muy acertado entre el consumo de narcóticos y la situación de narcotización inducida en la que se encuentra la sociedad española por parte de la política de Pedro Sánchez. Según Morán “la política de supervivencia del presidente del Gobierno obliga a consumir tal cantidad de narcóticos que el cuerpo social se muestra incapaz de asumir que está saturado y que no es capaz de distinguir si le están engañando tanto porque es idiota perdido o es que los demás no se han dado cuenta de su indefensión”. Morán apunta claramente con humor hacia dos hipótesis explicativas que justifiquen la inacción patológica del cuerpo social ante el atropello constante y creciente en intensidad de sus derechos constitucionales. No tengo motivos para pensar que la sociedad española está compuesta por idiotas perdidos. Como en cualquier distribución normal de la campana de Gauss encontraremos algunos con limitadas entendederas. Me inclino, pues, a pensar que la hipótesis más plausible es la segunda, la situación de indefensión. Dejando ya el humor a parte, lo que en Psicología se llama la indefensión aprendida, ampliamente estudiada en animales, es fácilmente extrapolable a anomalías de comportamiento social compartido.
La indefensión aprendida es un trastorno psicológico caracterizado por una involución en el aprendizaje causada por la actuación impredecible de un estímulo aversivo sobre el individuo sin que éste disponga de un mecanismo para escapar de un castigo o evitar dicho estímulo. Ello provoca un aprendizaje de que hagamos lo que hagamos va a ser totalmente independiente del resultado que obtengamos. Esa incontrolabilidad es la que nos sume en una profunda desesperanza y pasividad. Si trasladamos este fenómeno mental a la esfera política se comprueba que opera en dos dimensiones. La individual y la colectiva.
En la situación actual, para muchos, los efectos de las políticas de Pedro Sánchez y la de sus extraños y minoritarios socios se han convertido en el estímulo aversivo. En la dimensión individual, los ciudadanos hemos aprendido que el sentido de nuestro voto en las urnas no tiene una trasposición en términos de cambio e incluso ese voto puede servir a la posibilidad de extrañas alianzas de gobierno con resultados absolutamente delirantes. Eso es terrible cuando sucede una y otra vez; el ciudadano acaba decidiendo no ir a votar porque percibe con indefensión que su voto, individualmente tan valioso, o bien no sirve de nada (la tibia oposición que ejerce el PP de Feijóo, cuando no incluso, seguidista de Sánchez) o, lo que es peor, acaba contribuyendo a generar gobiernos Frankenstein. Eso hace predecir un aumento de la abstención, como efecto colectivo de ese sentimiento individual de indefensión aprendida. Por lo tanto, una parte de la equidistancia política de la ciudadanía podría ser explicada por el mecanismo de la indefensión aprendida.
En la dimensión colectiva, la desesperanza compartida también se observa por ejemplo un debilitamiento en la fuerza de actuación por parte de asociaciones llamadas “constitucionalistas” y en las respuestas de apoyo por parte de sus adscritos.
Otro ejemplo, es el de aquellos padres que solicitan amparo judicial ante los atropellos de la inmersión lingüística y solicitan el 25% de español para sus hijos. Después de muchas vicisitudes y daños personales y reputacionales, no siempre el resultado es exitoso y limpio, aprendiendo con ello que el paraguas constitucional no puede ayudarle en los términos esperables. La incontrolabilidad de los efectos indeseables de su conducta (iniciar un trámite judicial para reclamar un derecho subjetivo) inhiben a otros padres a emprender acciones similares. De nuevo aparece la frustración paralizante de conductas de autoprotección de sus derechos.
Solo podemos revertir los efectos de la indefensión aprendida, si el ciudadano percibe que con sus acciones (votar, reclamar un derecho, acudir a una manifestación, etc.) contribuye a recibir una respuesta de recompensa, en este caso, un cambio en la situación política aversiva imperante. Por ello, dado que la desastrosa situación política actual se deriva de los más de 40 años de bipartidismo PP-PSOE, y que por lo tanto ambos partidos son los responsables de la insalubridad política española, solo podemos cambiar este estado de cosas votando otras alternativas políticas al PP y al PSOE y que no sean partidos regionalistas al servicio exclusivo de una pequeña parte de la ciudadanía. Solo cuando el votante perciba que el cambio es posible a través de su voto a nuevas opciones podrá salir de ese estado de indefensión aprendida y entender que existe otra forma de hacer política donde el epicentro sea el ciudadano y el bien común a todos los españoles.
Es sencillo, cuando gobierna la que creen que es la izquierda,no se mueven.
Extraordinario análisis y lógica conclusión: Si quieres cambiar las cosas, vota otra cosa.