Futuro del empleo en un mundo globalizado
La era está pariendo un corazón
No puede más, se muere de dolor
Y hay que acudir corriendo
Pues se cae el porvenir
Silvio Rodríguez
Europa es hoy un barril de pólvora
y sus líderes son como hombres
fumando en un arsenal. Una simple
chispa desatará una explosión que
nos consumirá a todos.
Otto von Bismark
Estamos durmiendo sobre un volcán…
Un viento de revolución nos golpea,
la tormenta está en el horizonte.
Alexis de Tocqueville
Hace casi cincuenta años, cuando tuve que decidir qué estudios quería emprender al terminar la educación secundaria, dudaba si podría aguantar cinco años de carrera sin aportar recursos económicos a la familia. En aquellos momentos dudaba entre estudiar Magisterio, Historia, Psicología, Filología, Filosofía.
Muchos amigos habían elegido ya irse a trabajar, ganar dinero y gastarlo en ropa, tabaco o discotecas, o todo a la vez. Otros se habían decantado hacia la Formación Profesional y aprendían un oficio, con el cual después les fue casi siempre bien. Como cualquiera, como la mayoría a esa edad, yo tenía la cabeza hecha un lío.
No había orientadores en aquel entonces. Por eso fue mi tutor el que resolvió mis dudas. Un buen día me dijo,
-Haz magisterio, son tres años, ponte a trabajar, prepara las oposiciones y luego, ancha es Castilla, estudia una carrera, o no, ya lo verás.
Así lo hice. Tres años de magisterio, trabajé en la enseñanza privada, luego en la pública y estudié más tarde la carrera de Geografía e Historia.
Si hoy tuviera que tomar esas mismas decisiones no lo tendría tan fácil, porque el mundo ha cambiado mucho y todo lo que era sólido, el magnífico título de una hermosa novela de Antonio Muñoz Molina, se ha convertido en líquido. Existe un sociólogo llamado Zygmunt Bauman que ha reflexionado mucho sobre ese carácter líquido de la vida, la cultura, la modernidad y hasta del amor.
¿Qué ha pasado en los últimos 40 años, pocos en términos históricos, pero muchos en términos de una vida humana?
Ha ocurrido que la primera crisis del petróleo, la del 73, determinó el final del modelo surgido tras la Segunda Guerra Mundial y, a lo largo de los años 70 y 80 del siglo pasado, las ideas del libre mercado y de la libertad económica absoluta se hicieron con las riendas de la economía y de la política.
Las bases económicas del llamado neoliberalismo son fijadas por economistas como el austriaco Friedrich Von Hayek y el profesor de la Escuela de Chicago, Milton Friedman, ganadores del Premio Nobel en Economía en 1974 y 1976 respectivamente.
En política, los grandes impulsores del también llamado ultraliberalismo han sido personajes tan conocidos como Margaret Thatcher, Primera Ministra de Gran Bretaña, de 1979 a 1990, o Ronald Reagan, Presidente de Estados Unidos de 1981 a 1989.
El 9 de noviembre de 1989, cae el muro de Berlín, que marca el principio del fin del Bloque del Este, el inicio de un proceso que terminará con la descomposición de la antigua Yugoslavia y dará origen a la guerra de los Balcanes entre 1991 y 2001, o con la disolución de la URSS que se encuentra en la base de numerosos conflictos como el de Ucrania.
Cayó el muro y sus pedazos se convirtieron en souvenirs para turistas, junto a uniformes del ejército rojo, cascos, gorras, o pequeñas estatuas de los líderes y de los ídolos soviéticos. Marx, Engels, Lenin, Stalin. Cayo el muro, cayó el sistema soviético y estalló la economía de mercado. El mundo había cambiado de golpe y por completo.
Yo crecí bajo la Guerra Fría. En cualquier momento un armagedón (Apocalipsis, 16, 16) nuclear podía estallar sobre nuestras cabezas. Era algo tan presente para nosotros como lo es para vosotros el cambio climático. Era como una presencia constante, un runrún de fondo.
Los rusos estaban ahí, sus tanques podían invadirnos, o se les podía escapar un misil en cualquier momento. Nosotros, aquí, en el Oeste, éramos libres, aunque viviéramos bajo una dictadura como la franquista. En el Este no eran libres. Así era nuestro mundo, si así os parece. Cualquiera podía entenderlo mirando el muro de Berlín, sus torretas, sus puestos de guardia, ametralladoras, soldados de guardia.
Pero entonces, de golpe, cayó el comunismo. Un sistema que pretendía librarnos de la explotación y la opresión, pero que se había convertido en un monstruo para sus propios pueblos. ¿Qué pasaría después? No lo sabíamos, pero podríamos haberlo intuido. Moría una Era y nacía otra. Ya lo dijo Gramsci,
El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en este claroscuro surgen los monstruos.
El mundo bipolar fue sustituido por un mundo unipolar, dominado por el capital financiero y bajo control y supervisión de los Estados Unidos. Es entonces cuando comienzan a anunciarnos que vamos hacia un mundo globalizado, beneficioso, suave, en el que los derechos, las libertades se extenderían por todo el planeta al paso imperial del libre mercado. Seríamos libres, satisfechos, en continuo progreso y… estadounidenses.
Han pasado 30 años y lo que parecía ser un enfrentamiento de bloques ideológicos se ha transformado en tensión entre grandes potencias que se disputan los cada vez menores recursos de la Tierra.
El líder actual de la extinta Unión Soviética refuerza su ejército e invade un Estado al que considera parte de su imperio, mientras entre la población rusa es mayoritaria la idea de que el dictador Stalin fue un dirigente con valores muy positivos.
El Estado de Israel, con un líder atenazado por la corrupción, desencadena una venganza brutal en Palestina y en todo su entorno cercano. Por menos se declararon guerras planetarias en el pasado.
Al tiempo se refuerzan las posiciones de China en el conjunto del planeta. Los conflictos se extienden. Y no sólo en Ucrania. El litio en Atacama, el coltán en el Congo, la Amazonía, Yemen, Libia, Filipinas, Sudán, Siria, etc.
Mientras tanto lo que podríamos denominar como Occidente se embarca en una política que alienta el miedo, promueve la censura, acrecienta la intolerancia y ve crecer fuerzas populistas frente a las cuales los gobiernos europeos, e incluso estadounidenses, no saben qué hacer.
Ahora nos damos cuenta de que cuando cayó el muro no asistimos al triunfo de la libertad sobre la opresión comunista. Los que vivimos aquellos días pudimos comprobar el triunfo del liberalismo sobre el comunismo, cuarenta años después de la derrota del fascismo.
Sin embargo ahora, a ese liberalismo parece haberle llegado también su hora. Desde los tiempos de la Ilustración la ideología del liberalismo pretendía derribar los muros, traspasar las fronteras que impiden la libertad de los individuos y de las sociedades.
Nos quiso liberar hasta de nuestras limitaciones naturales, éramos individuos, teníamos derechos, dirigíamos nuestro destino y nuestra vida, no dependíamos de una época en la que nos había tocado vivir, ni del lugar donde nacimos. Todo era posible. El mito de Frankenstein se construyó en aquellos días.
Por eso los liberales crearon un mundo a su medida. Los fascistas y los comunistas quisieron acabar con muchas tradiciones familiares, religiosas, con la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción. Sin embargo en el liberalismo los estados nación asumieron el papel de nueva religión mundana.
Ni los jacobinos de la Revolución francesa, ni los nazis alemanes, ni los bolcheviques rusos, pudieron llevar adelante las utopías que prometieron a sus pueblos. Eso sí, destruyeron las estructuras tradicionales que les precedieron y lo escenificaron guillotinando al rey y a su esposa, ejecutando a la familia del Zar y, en el caso de los nazis, poniendo en marcha una maquinaria de destrucción y exterminio desconocida hasta ese momento.
El capitalismo industrial y su vestimenta de liberalismo se convirtió en lo que Chesterton denominó “el monstruo que crece en los desiertos”, capaz de producir, vender, medir, controlar, producir beneficios. Como las demás ideologías con las que compitió en algún momento el liberalismo es totalitario, despiadado, se introduce en todos los aspectos de nuestras vidas.
El fascismo y el comunismo prometían orden en tiranía, el liberalismo prometía el desorden de una libertad entendida como poder del individuo sobre la sociedad, sobre la Naturaleza y sobre los demás individuos. Era posible nacer en un lugar, salir de allí, mejorar, hacer valer los deseos de las mayorías, o los derechos de algunas minorías. Aparentemente, ricos y pobres podíamos sentirnos protegidos por el estado de derecho.
Precisamente ese liberalismo que alienta el egoísmo nos desapega de cualquier lealtad, de nuestra tierra, de nuestras gentes, nuestra familia, nuestra cultura y esa gran máquina capitalista comienza a generar inestabilidad social, controlable por el Estado mientras la situación económica, política, social, lo permita.
De hecho la ideología de la libertad conduce a un poder y un control social sin precedentes. Los gobiernos controlan nuestras opiniones y la libertad de nuestras expresiones, regulan nuestra vida, establecen criterios y normas en función de la salud pública, el bienestar social, nuestra seguridad, o nuestro futuro. Lo que está bien y lo que está mal.
Los conflictos a los que asistimos ya sean nacionales, de género, raza, identidad son muestras del triunfo del liberalismo. La confrontación, la guerra cultural en el seno de nuestra sociedad se produce cuando 200 años de liberalismo se han encargado de descomponer cualquier base cultural anterior.
Esta es la ideología que impregna la sociedad globalizada. La ideología de la derecha, pero también de la izquierda, Somos islas, individuos. Nosotros nos definimos libremente. Somos muy diversos, pero cada vez somos más iguales. Como decía Georges Bernanos:
Es evidente que la proliferación de partidos halaga ante todo la vanidad de los imbéciles. Les da la impresión de que escogen. Cualquier dependiente os dirá que el público atraído por la exposición del género de temporada, una vez saciado de mercancías y después de haber puesto a prueba los nervios del personal, pasa por la misma caja. (Los grandes cementerios bajo la luna)
Somos libres, pero cada vez tenemos más miedo. Somos muy diversos pero cada vez somos más homogéneos. Los discrepantes, las voces discordantes, los políticamente incorrectos, son censurables, censurados, cuando no perseguidos, o castigados. Vigilar y castigar escribió Michel Foucault
Lo excéntrico, si no está de moda, es perseguible. La originalidad de las personas es una amenaza para sus carreras. Internet es un lugar donde podemos expresarnos con plena autonomía, pero resulta que la banalidad y la violencia en los grupos en los que nos movemos por la nube aumenta y se convierte en habitual.
Pero el liberalismo, en su fase globalizadora, no se conforma con crearnos una cultura, sino que también quiere rediseñar la naturaleza, sin tomar en cuenta que la fuente de energía que permitió el expansionismo económico no era otra que los combustibles fósiles.
La globalización de los mercados ha sido posible gracias a que los barcos de vapor, los automóviles, los camiones, los aviones, las fábricas, supermercados, carreteras y autovías, han hecho posible el advenimiento de Internet, de los teléfonos inteligentes, la Inteligencia Artificial y eso que llaman la Cuarta Revolución.
Esos avance alimentados con combustibles fósiles permitieron que abandonáramos nuestra tierra y nuestras comunidades, que nos creáramos identidades individuales en el reino del yo, yo, yo y luego yo. La mansión de las libertades modernas se asienta sobre la base de una constante expansión del uso de combustibles fósiles, nos dice el historiador bengalí Dipesh Chakrabarty.
Eso significaría que todo en nuestras formas de vida, cualquier avance económico y social, hasta en derechos y democracia, se asienta sobre el consumo cada vez mayor de energías fósiles. No existiríamos sin el petróleo. Esa es la gran tragedia de nuestra Europa en un mundo en el que las energías fósiles desaparecen y nosotros carecemos casi absolutamente de ellas y tendremos que pagar cada vez más por utilizarlas.
El liberalismo, tan moderno él, exige ir a la guerra contra la naturaleza, dominarla, explotarla, agotarla. Pero la naturaleza resiste esa guerra y responde con el cambio climático. Los excesos extractivos de recursos naturales para crear un mundo nuevo serán cada vez más imposibles. No bastará la tecnología, nos necesitaremos unos a otros.
El liberalismo se ha agotado. La crisis económica de 2008, originada en el sistema financiero pero extendida hasta el último rincón del sistema capitalista, fue seguida de protestas generalizadas, como las Primaveras Árabes, Occupy Wall Street en Nueva York, el 15M en Madrid, o las Revoluciones de Colores que precedieron o sucedieron a las protestas mencionadas.
No habíamos acabado de digerir las consecuencias de la crisis de 2008 en forma de precariedad en nuestras vidas y en nuestros empleos, cuando nuestros jóvenes nos avisaron de que el sistema es insostenible medioambientalmente.
El cambio climático es una realidad, la extinción de numerosas especies un hecho al que no podemos cerrar los ojos y la extinción de la especie humana una posibilidad cierta si no podemos remedio inmediatamente.
Llegó más tarde la pandemia que ha contribuido al triunfo del miedo y la aceptación acrítica de la imposición. Decir esto suena a negacionismo, pero no es necesario negar la existencia del virus, ni su poder de contagiar y matar, para reconocer que los cambios que se han producido nos encaminan hacia sociedades menos libres, menos críticas y autónomas, más amedrentadas y amenazadas.
Cuando parecía que podíamos comenzar a superar la pandemia, tras seis oleadas sucesivas de contagios y muertes, la guerra en Ucrania volvió a situarnos ante nuestras carencias, frente a nuevos miedos de pérdidas de vidas, tierras, y libertades.
Una confrontación que se extiende ahora a Israel. Aceleradas transformaciones de un mundo que ha comenzado a girar sin control y sin conocimiento alguno por nuestra parte, que damos palos de ciego.
El hecho es que vivimos en un mundo globalizado, un mundo que afronta un proceso económico, sustentado en poderosos componentes tecnológicos y que tiene consecuencias sociales, políticas, culturales que transforman aceleradamente nuestras sociedades interconectadas. Es la última fase del capitalismo en su expansión de la extracción, la producción, la distribución y el consumo.
La globalización se sustenta en un pretendido libre comercio de bienes y servicios a lo largo del planeta, con tratados comerciales que favorecen el intercambio. Ese libre comercio no es perfecto, puesto que, como bien sabemos, hay limitaciones a la venta o la utilización de servicios por diferentes razones.
La guerra, con sus sanciones comerciales a Rusia, es una de ellas, pero no es la única. La protección de determinados productos propios es otro motivo de prohibición de productos llegados de otros países. Estados unidos lo hace con China frecuentemente.
Globalización es también un proceso de industrialización que impulsa la producción de bienes y el suministro de determinados servicios desde los lugares donde esa producción o esa prestación de servicios resulta más barata.
En principio parece que se integran las economías y se crean empleos por todo el planeta, pero cuando hemos necesitado simples mascarillas no somos capaces ni de producirlas. Habíamos renunciado a fabricarlas porque era más barato hacerlo en China.
Llamamos a un servicio de atención al cliente y nos atiende un telefonista en Latinoamérica, aunque somos incapaces de que alguien nos reciba personalmente en la sucursal de la esquina.
Las finanzas se han internacionalizado de tal manera que los capitales se mueven libremente por todo el mundo. Podemos invertir en cualquier bolsa del mundo, en Fondos de Inversión, podemos invertir en criptomonedas, sellos, obras de arte, o en otro tipo de inversiones como los Non-Fungible Tokens (NFTs).
Pero precisamente esa internacionalización dio lugar a desastres como la crisis financiera del 2008 en el que se hundieron los paquetes de inversión de hipotecas basura, afectando a todo el sistema financiero mundial.
Buena parte de la precarización del empleo y la inseguridad de nuestras vidas a partir de entonces tiene que ver con esa crisis financiera, económica, social, política y cultural que se desencadenó con la caída de Lehman Brothers.
Lehman Brothers era una compañía global de servicios financieros especializada en banca de inversión, activos financieros, renta fija, banca comercial, gestión de inversiones y todo tipo de servicios financieros. De un día para otros sus paquetes de inversión cargados de hipotecas basura no valían nada.
La globalización tiene que ver con el intercambio acelerado de todo tipo de productos y de servicios. 4000 millones de personas, la mitad de la humanidad, se desplaza en avión por el planeta, cada año. Casi 20 billones de dólares se movieron en el comercio mundial de mercancías antes de la pandemia, sin contar el comercio de servicios.
Este incremento brutal de la producción, los servicios, las transacciones comerciales sería impensable sin el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías, las comunicaciones, internet. De pronto las empresas, los políticos, las personas nos comunicamos de forma rápida, sin fronteras.
La globalización, con todos los componentes que hemos descrito, produce movimientos migratorios de cientos de millones de personas que quieren tener un mejor empleo y una mayor calidad de vida.
Desde España partimos hacia numerosos lugares del planeta. Desde Afganistán, Siria, el Kurdistán, o hora Ucrania, huyendo de la guerra, pero también desde Senegal, Mali, Marruecos, o Latinoamérica, por motivos principalmente económicos, cientos de miles de personas intentan llegar a España, como lugar de destino, o de tránsito hacia Europa.
La globalización, tal como la conocemos hoy en día, que no podemos comparar con los procesos imperialistas anteriores a lo largo del siglo XIX, o siglo XX, ha producido un nuevo orden mundial. Hoy podemos observar una uniformidad cultural impensable hace poco tiempo, basada en la mezcolanza de costumbres, tradiciones y valores, siempre que se encuentren al servicio del mercado, el beneficio, la riqueza.
Las reuniones del G-7, o del G-20, intentan gobernar ese nuevo orden mundial, establecer un control internacional del proceso de globalización, pero la apertura de nuevos mercados, los acuerdos comerciales internacionales, la liberalización de algunos mercados, producen una competencia brutal que anuncian la decadencia del imperio estadounidense y el surgimiento de otros actores como China, en alianza con una potencia económicamente menor, pero militarmente nada desdeñable, como Rusia, que ponen en cuestión el actual orden mundial.
Podemos asumir un futuro de autocontrol y autolimitación, en el que aceptamos nuestra responsabilidad y el gobierno de nuestras comunidades, o bien nos resignamos a vivir en un mundo de libertades limitadas, desigualdades sangrantes y opresión extrema.
Sinceramente creo que el primero es más deseable, pero el segundo es no sólo posible, sino bastante probable. La confluencia, la conjunción, de un individualismo radical y un poderoso sistema político al servicio de los poderes absolutos, totalitarios, de algunas grandes corporaciones oligárquicas, puede dar lugar al aplastamiento de cualquier disidencia, en nombre y representación del pueblo.
Puede que nuestros líderes continúen alentando y promoviendo guerras, confrontaciones, repartos de riqueza, mientras la gente sufrimos cada vez más.
No somos islas, nos necesitamos unos a otros, el mundo que se avecina debe ser local, cercano, cooperativo, de dimensión humana, respetuoso con el medio ambiente, con el resto de seres vivos que comparten con nosotros el planeta.
Porque el problema no es salvar el planeta, A fin de cuentas el planeta continuará adelante con o sin nosotros, con o sin nuestra extinción. Somos nosotros los que estamos en riesgo de desaparecer. Por eso, como decía Leopoldo Abadía, el problema que debería preocuparnos no es qué planeta dejamos a nuestros hijos, sino qué hijos dejamos a este planeta.
En un panorama como el descrito es muy difícil acertar con el sistema de cualificaciones futuras que vamos a necesitar, qué puestos de trabajo van a existir, porque no sabemos el escenario en el que vamos a vivir y trabajar.
Parece que sí sabemos que la Inteligencia Artificial (IA), el internet de las cosas, la robótica, la fabricación aditiva, la biología sintética, o los materiales inteligentes producirán cambios importantes en nuestras vidas.
En cuanto al trabajo, quienes reflexionan sobre su futuro nos avisan de que muchos de los trabajos actuales van a poder ser sustituidos por máquinas. Otros nos anuncian el advenimiento de una sociedad automatizada en la que muchas tareas actuales serán desempeñadas por máquinas que se desplazan de un lado a otro, o por computadoras inteligentes que toman decisiones por sí mismas.
La consecuencia de un mundo así, sería que podríamos liberarnos de muchas tareas que ahora consumen mucho tiempo, pero también podría producir el efecto de un desempleo masivo. La propuesta de una renta básica universal se justifica precisamente en este escenario en el que muchas personas no pudieran trabajar, pero sí necesitan tener unos ingresos básicos para su subsistencia.
Es cierto que en el pasado cada revolución industrial hacía perder muchos puestos de trabajo, pero creaba otros muchos nuevos. Es algo que puede pasar con esta Cuarta Revolución Industrial, pero no es necesariamente seguro dado el alto nivel tecnológico que alcanzamos.
Ya Carlos Marx, a mediados del siglo XIX, se tomaba en serio las predicciones de algunos pensadores, como Charles Babbage y Andrew Ure, que anunciaban la futura existencia de fábricas completamente automatizadas. Lo podemos comprobar, en nuestros días, en muchas factorías modernas donde la producción, el empaquetado, el almacenaje y la distribución se encuentran completamente automatizados.
Recientemente muchos otros autores (Aronowitz, Di Facio, Rifkin), a mediados de los años 90 del siglo pasado, anunciaban el fin del trabajo. Pero ha sido en estos últimos años, cuando hemos comprobado la aceleración de los cambios y la automatización de muchos procesos y cuando hemos comenzado a investigar qué está pasando con el trabajo.
Una mayoría de la población europea percibe las nuevas tecnologías como una amenaza para sus puestos de trabajo, al tiempo que muchos autores (Frey y Osborne, 2013) han investigado la evolución de cientos de profesiones entre las cuales casi la mitad de ellas pueden verse sustituidas por máquinas.
Podemos dar por bueno que la aceleración de los cambios tecnológicos va a producir profundas transformaciones en la organización del trabajo. Afectará a tareas que requieren poca cualificación y que son repetitivas, pero no debemos descartar que otras tareas que requieren una cualificación media, o incluso alta puedan ser desempeñadas por máquinas.
La Cuarta Revolución Industrial es un término inventado por tres ingenieros alemanes durante la Feria de Hannover. Desde entonces se ha transformado en un término de éxito mercadotécnico. Hasta el momento en que comenzamos a utilizar este término, se hablaba de Industria 4.0 para referirse a los cambios introducidos en la industria más avanzada tecnológicamente.
Hablar de Cuarta Revolución Industrial hace referencia a una primera revolución, la del vapor, que comienza a desarrollarse durante el siglo XVIII, una segunda, la de la electricidad que abarcaría el último tercio del siglo XIX y el primero del XX y una tercera revolución informática que comienza a desarrollarse con fuerza a partir de la segunda mitad del siglo XX.
En cualquier caso el término de Cuarta Revolución Industrial termina por ser bendecido definitivamente cuando diferentes ámbitos económicos mundiales como el Foro de Davos, en 2016, lo utilizan, aunque no resulte demasiado preciso.
Lo cierto es que hace tan sólo unos años las computadores estaban en condiciones de sustituir trabajo humano rutinario en procesos de fabricación fordista, es decir en cadenas de producción, fácilmente programables y codificables. Hoy, sin embargo un buen número de tareas no rutinarias son automatizables y la minería de datos, o el aprendizaje de las máquinas, permiten que nuevas tareas sean automatizadas y desarrolladas por máquinas.
Esto significa que hay que formar a personas capaces de supervisar, corregir y autorizar determinados procesos desarrollados por máquinas. Personas capacitadas para programarlas, repararlas, suministrarlas, comercializarlas. Hoy algunas máquinas pueden realizar diagnósticos muy precisos de enfermedades, o intervenciones quirúrgicas, pero el médico tiene siempre la última palabra.
Ya hemos dicho que la mitad de nuestros trabajos podrían automatizarse totalmente, mientras que la mayoría de nuestros empleos pueden verse afectado por procesos de digitalización. Dicho de otra manera, aparecerán nuevos empleos, que van a requerir nuevas cualificaciones, nuevos procesos de formación.
Esto significa que ahora, aún más que antes, la formación será necesaria a lo largo de toda la vida. Pero a la vez significa que pueden aumentar las desigualdades y la pérdida de derechos entre países y dentro de cada país.
Además, existe otro problema, generamos más de 50 millones de toneladas de basura electrónica (e-waste). Tan sólo el valor de los materiales recuperables de esa chatarra se encuentra por encima de los 60.000 millones de dólares. Una cantidad de aparatos que equivale a 4500 torres Eiffel, el peso de todos los aviones jamás construidos. Cada habitante del planeta producimos 7´3 Kg de desechos.
Todos los organismo internacionales nos alertan de que la basura tecnológica, la obsolescencia programada, nos obliga a una acelerada renovación de equipos tecnológicos de todo tipo. Eso significa que necesitamos cada vez más energía y recursos cada vez más escasos, como reconoce la propia Comisión Europea en 2021.
Desde el punto de vista del empleo, suena apocalíptico el hecho de que nos faltará suficiente trabajo, energía y recursos. Hay quienes inciden en que esa falta de trabajo (labour scarcity) exigirá cada vez mayores competencias digitales tremendamente cambiantes.
Mientras tanto, otros ponen el acento en que la innovación tecnológica abre un periodo de dinamismo en el que la sociedad se desintegrará y se recompondrá constantemente, en función de cómo utilicemos esas nuevas tecnologías para mejorar nuestras habilidades, o bien para introducir nuevas rutinas. Hacer que las máquinas se parezcan a los humanos y los humanos a las máquinas no es la respuesta adecuada. Fusionar los seres humanos con las máquinas tampoco.
El gran reto que se fijan las instituciones educativas es el de la empleabilidad, cómo conseguirla, cómo medirla. La empleabilidad se suele utilizar como un concepto con diverso significado. De una parte desde el punto de vista de la adaptación, de los desajustes entre las competencias de los jóvenes y las que exigen los puestos de trabajo, lo cual exige cambios y ampliaciones constantes de programas formativos para mejorar esas competencias.
De otra parte entendida como prevención, dotar a la persona de estrategias para buscar un empleo, una mejor orientación y más apoyo. Por último la falta de empleabilidad se liga a la falta de activación, o motivación de los jóvenes hacia el mercado de trabajo.
El problema es que estas tres perspectivas ponen el énfasis en la responsabilidad individual de cada uno, que conduce a que si no encontramos empleo es por algún tipo de responsabilidad nuestra, algún tipo de culpabilidad por no tener la formación necesaria, por no tener suficiente motivación, o por carecer de un proyecto vital.
El concepto de empleabilidad aparece así vinculado al de competencias, o a la carencia de ellas. Sin embargo, frente a la empleabilidad competitiva, basada en la exclusiva responsabilidad individual, habría que reforzar las trayectorias laborales al servicio del bien común y la dimensión comunitaria y cooperativa del empleo.
En todos los ámbitos europeos se intenta fortalecer la vinculación entre formación, titulación, competencias y conocimientos, con un empleo de calidad. En todos los ámbitos se busca y se anuncia la tasa de empleo conseguida por quienes han cursado esos estudios, como un argumento para captar nuevos estudiantes, desde los centros de Formación Profesional a los estudios universitarios.
Todos los días vemos noticias en los medios de comunicación, o en las redes, que se hacen eco de las especialidades que tendrán más éxito en el inmediato futuro, entre las que triunfan el ecommerce, los desarrolladores de software, arquitectos cloud, ciberseguridad, científicos y analistas de datos, abogados expertos en propiedad intelectual…
Sin embargo no suelen aparecer numerosas profesiones que seguirán teniendo incidencia, como camareras de piso, repartidores, ni tampoco otras que exigen mayor cualificación y cuentan con buenas oportunidades de empleo ahora y en el futuro, como fontanero, electricista, electrónica, o albañil.
Tampoco suelen tomarse en cuenta empleos que tiene que ver con los cuidados de todo tipo, sanitarios, sociales, educativos, físicos, que tendrán mucha demanda y deberían requerir cualificaciones cada vez mayores.
En todo caso, si hay algo cierto, es que mayores niveles formativos se traducen en mayores oportunidades de empleo, aunque a veces, de forma casi siempre temporal, jóvenes con un mayor nivel de cualificación tengan que aceptar puestos de trabajo para los que están sobrecualificados.
No conviene olvidar, en todo caso, que el acceso a la cualificación no es igual para todos, ni para todas. La tasa de paro es del 8´6% entre los titulados superiores, entre el 11 y el 15% de los titulados en FP, del 20% para quienes tienen educación secundaria, del 23% para quienes tienen formación básica y del 43% para los que no tienen estudios.
Los niveles de rentas, la familia de origen y la procedencia socioeconómica, las posibilidades de afrontar estudios superiores, o no, la participación en estudios que incorporan prácticas, o estancias en el extranjero, junto a otros factores culturales, condicionan el acceso a la formación y la obtención de cualificaciones.
De nuevo el riesgo es la individualización de las competencias poniendo el acento en la disposición, la iniciativa, la autonomía, las competencias subjetivas, sin tomar en cuenta el sustrato que actúa como sedimento de aprendizajes posteriores, factores como la clase social de origen, la etnia, el género, o el lugar de procedencia geográfica.
No podemos poner el acento únicamente en los requerimientos del mundo de las empresas a la hora de afrontar el reto de las competencias. Las capacidades de las personas en las que prima la libertad del individuo a la hora de establecer sus metas y sus valores debe verse complementado por la necesidad de adquirir habilidades necesarias para la sociedad y también para el empleo.
Competencia tiene que ver con conocimiento de una disciplina y práctica de la misma, pero requiere habilidades genéricas, control y equilibrio emocional, capacidad de imaginar y desarrollar una carrera profesional con sus adaptaciones y sus cambios. Necesita de autoestima, de motivación, y capacidad de autogestión y evaluación. No es sólo tener conocimientos y habilidades.
Si tenemos en cuenta que la formación será permanente, deben solucionarse las actuales diferencias entre la Formación Profesional del sistema educativo, la Formación para el Empleo que dependía del Ministerio de Trabajo y la Formación Universitaria.
Los subsistemas de formación deben articularse mucho mejor, estableciendo las necesarias pasarelas y reconocimientos de competencias, incluidas las competencias profesionales adquiridas en el trabajo, o la formación no reglada constituida por nuevas modalidades formativas.
La formación será una necesidad a lo largo de toda la vida. Accederemos a una formación inicial, tendremos que formarnos para acceder a empleos existentes que respondan a nuestras motivaciones, tendremos que recualificarnos para adaptarnos a nuevas profesiones, o a los cambios tecnológicos. Tendremos que abordar también la formación de las personas que se jubilan, pero que tienen por delante muchos años de vida.
Las elevadas tasas de paro, especialmente del paro juvenil y la temporalidad, que afecta también de forma mayor a jóvenes y mujeres son algunas características del mercado laboral español que nos diferencian del mercado laboral europeo, que tendremos que mejorar si queremos afrontar los retos del empleo y la formación futuros.
El paro en España se encuentra por encima del 11%, mientras que el europeo no llega al 6´5%. Nuestro paro juvenil supera el 28% mientras que el europeo supera levemente el 14% y la tasa de temporalidad española se acerca al 14% frente al 10´3% en Europa. Conviene, no obstante, no confundir temporalidad con precariedad.
Otro de los retos que tenemos por delante es superar la fractura existente entre Europa y España en materia de niveles formativos. En España nos acercamos al 40% de formación en estudios superiores, cifras similares a Alemania, o Francia. Pero el 37% de la población adulta española tiene sólo estudios básicos, el doble de la media europea del 17%, mientras que en Europa el 42% de la Unión Europea tiene estudios medios , frente al 23% de los españoles.
Esta situación española, con menores porcentajes en niveles formativos intermedios, produce problemas para la contratación de técnicos medios, ya sean informáticos, del sector de la información y telecomunicaciones, sanitarios, administrativos y comerciales con dominio de idiomas y otros oficios industriales cualificados como soldadores, electricistas, mecánicos, fresadores, técnicos de mantenimiento.
La nueva Ley de Ordenación e Integración Profesional aborda algunos de estos retos, unificando los diferentes subsistemas de Formación Profesional reglada y la Formación para el Empleo que hasta ahora dependían de los Ministerios de Educación y de Trabajo respectivamente para conseguir un único sistema de formación permanente a lo largo de toda la vida.
Hay que romper definitivamente el estigma de la Formación Profesional como formación independiente del Bachillerato y de la Universidad. En Europa las pasarelas entre Bachillerato, FP, Universidad, e incluso formación no reglada y competencias profesionales adquiridas en el trabajo son muy frecuentes. De hecho hay universidades como las Universities of Applied Science alemanas, de Austria, o de Finlandia, ofrecen titulaciones superiores de FP y universitarias.
Otro paso muy importante es la apuesta por la formación dual, que debería sustituir al concepto de prácticas en las empresas. La combinación en alternancia que combina periodos de formación en los centros educativos con periodos de formación práctica en un centro de trabajo.
La formación dual permite un aprendizaje práctico, al tiempo que la persona que estudia tiene más posibilidades de inserción laboral. Es una experiencia reciente, que proviene del año 2012, pero que ha crecido mucho y que marca el camino de futuro.
En definitiva:
- Los escenarios económicos y sociales cambian aceleradamente a nivel mundial y producen tensiones en lo local.
- Lo que entendemos por globalización, que ha marcado los últimos años de nuestras vidas y toda la vida de nuestros jóvenes, puede sufrir evoluciones impredecibles, a merced de crisis globales como la de 2008, pandemias, desastres naturales, efectos del cambio climático, o los efectos de guerras como la de Ucrania, o Israel.
- Las nuevas tecnologías han venido para quedarse e introducen cambios en todos los ámbitos de la economía, la cultura, la sociedad, el empleo y los procesos formativos.
- La formación será permanente, a lo largo de toda la vida y deberá promover la cualificación y favorecer la empleabilidad. Deberá, por tanto, permitir adquirir conocimientos y habilidades para el ejercicio profesional, pero sin olvidar que las nuevas prácticas y metodologías educativas deben favorecer el pensamiento autónomo, crítico en el más puro sentido de la crítica capaz de evaluar y proponer soluciones; la cooperación, la colaboración, el trabajo en equipo; la capacidad de comunicarse, interactuar; la capacidad de incorporar los enriquecedores elementos multiculturales; la adaptabilidad; la resiliencia y la iniciativa personal.
- La formación permanente debe combinar procesos de formación inicial, con aprendizajes informales, en el ámbito laboral, formación reglada en centros de Formación Profesional, Institutos, Centros de Educación de Personas Adultas, Universidades, o en las empresas, estableciendo pasarelas claras para ir de unos a otros, en función de cada persona, con programas académicos flexibles y contenidos adaptados y duración variable, desde varios cursos académicos, hasta microcursos, o MOOCs.
- La formación dual es una nueva modalidad formativa que debe permitir adaptar la formación a las necesidades de la empresa, pero también a las necesidades de conocimiento de la persona.
- Las nuevas tecnologías y la digitalización son una nueva realidad en nuestras vidas, pero precisamente por ello es necesario trabajar con empeño la imaginación, la creación, la capacidad de colaborar y cooperar. Las competencias tecnológicas deben ser transversales, como lo es aprender idiomas, al tiempo que cualquier proceso formativo debe permitir aprender a resolver problemas aplicando la lógica y el pensamiento crítico.
En conclusión:
No sabemos qué empleos van a desaparecer, probablemente serán muchos entre los que utilizan procesos repetitivos, aunque también en los que requieren procesos más complejos. Tampoco sabemos qué empleos van a aparecer, ni qué habilidades formativas van a requerir. Por lo tanto debemos prepararnos para aquello que nos guste hacer, aquello que sabemos que nos hará sentir satisfechos con nosotros mismos y con lo que aportamos a la sociedad en la que vivimos.
Tenemos unas características personales, sabemos para lo que valemos y lo que nos gustaría hacer, sabemos para qué queremos formarnos, somos parte de una humanidad en riesgo y peligro y nuestra profesión, debe permitirnos ganarnos la vida y mejorar las posibilidades de supervivencia de nuestra especie en convivencia con las otras formas de vida que comparten con nosotros el planeta. O nos salvamos en esta Tierra, o lo de terraformar Marte no es más que una gran mentira impracticable.
No hay que pensar en que ninguna profesión está vetada. Tampoco hay que fiarlo todo a las profesiones de futuro. Ya no existen. Hoy los abogados asisten con prevención a las posibilidades de un programa para redactar autónomamente demandas.
Hace unos años ser matemático sólo servía para dar clase de matemáticas y ahora con los algoritmos a todo gas tiran de matemáticos hasta para hacer selección de personal.
A los historiadores les pasaba lo mismo, pero llegaron los videojuegos y un buen Assasin en Londres, en París, en Florencia, necesita un historiador que diseñe la escenografía, las calles, los momentos históricos en los que se desenvuelve el juego.
Por lo tanto no hay que tener miedo. Aquello que nos guste hacer, lo aprenderemos y lo haremos bien y, si nos deja de gustar, o si no hay para entonces mucho trabajo en eso, pues no pasa nada, porque para eso está la formación a lo largo de toda la vida, para reciclarse y prepararte para una nueva profesión que te guste y que tenga más posibilidades de empleo.
No nos lo van a regalar, porque en este mundo los gobernantes tendrán que elegir entre armarse ante los dientes o invertir en las personas, en su formación, con recursos y personal suficientes. Que hagan lo uno o lo otro dependerá también de nuestra capacidad de organizarnos para exigir que se atiendan nuestras necesidades, pero eso ya es otro cantar, un cantar que depende de nosotros y que saldrá bien.
Seguro.